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Segunda escena, la enfermedad
Todavía aturdido por la conmoción que le había causado su nueva experiencia, Siddhartha volvió a dar otro paseo unos días más tarde y otra vez vio algo que nunca había presenciado antes: un hombre enfermo. Éste se encontraba acostado en la calle, tenía fiebre y se movía bruscamente de un lado hacia otro. Una vez más, Siddhartha le pidió a su auriga que le explicase qué le sucedía a ese hombre: "¿Por qué tiembla de esa manera? ¿Por qué esta acostado en el suelo? ¿Por qué se mueve tan bruscamente? ¿Por qué dan vueltas sus ojos de esa forma tan violenta? ¿Por qué está tan pálido?" Estaba claro que el cochero tenía que contarle la verdad: "Pues se encuentra enfermo, eso es lo que le sucede" y Siddhartha, quien parecía que había gozado de una gran salud durante toda su vida, quería saber si a él también podía sucederle lo mismo. El auriga le respondió: "Todas las personas son propensas a enfermar y puede sucederles en cualquier momento. Todos podemos perder la fuerza y la salud de repente y entonces nos enfermamos". Otra vez, Siddhartha mantuvo su mente ocupada con todo esto de camino al palacio.

¿Acaso moriré yo también?
La procesión que presenció Siddhartha era como ésta y exclamó: "¡Qué extraño es eso! ¿Por qué lo llevan cargando de esa manera? ¿Qué hacen?" El cochero respondió como las otras veces: "Pues se trata de un hombre muerto". Tenemos que recordar, claro está, que la muerte era uno de esos asuntos que se le habían ocultado a Siddhartha y que, por lo tanto, estaba desconcertado con lo que escuchaba. Entonces insistió: "¿Muerto, qué quieres decir con eso?" El auriga añadió: "Como puede ver, se encuentra inmóvil, sin vida. Está muerto. Lo llevan a la pira funeral donde quemaran su cuerpo, que es lo que hacen con los nuestros después de la muerte". Siddhartha estaba horrorizado y con la voz entrecortada inquirió: "¿Nos pasará eso a todos? ¿Todo el mundo sufrirá la muerte, como tú la llamas? ¿Acaso moriré yo también?" El cochero suspiró diciendo: "Sí, su padre, su madre, su esposa y su hijo, todos ustedes morirán un día. Todos los que nacen tienen que morir. Han existido millones de hombres y mujeres desde el comienzo del mundo y todos han muerto. Nadie ha podido escapar a la fría mano de la muerte. Es implacable. Es como el rey de todos". Más triste, más angustiado y más pensativo que las veces anteriores, Siddhartha ordenó al cochero que lo llevara de regreso al palacio.

Situaciones existenciales ineludibles

En esos tres paseos Siddhartha se encontró con lo que en la actualidad llamaríamos "situaciones existenciales ineludibles", hechos de la existencia de los que no podemos escapar. No queremos envejecer pero no podemos evitarlo. No queremos enfermarnos pero a veces nos enfermamos. No queremos morir pero, querámoslo o no, moriremos. Entonces empezamos a pensar: "¿Por qué tiene que ser así? Quiero vivir para siempre, ser joven y saludable, pero no es posible. ¿Por qué se me ha otorgado este impulso para vivir si no se me da también la más remota oportunidad de escapar de la muerte? Es un misterio. ¿Pero por qué se me presenta a mí este misterio? ¿Es acaso Dios el responsable de esto? ¿O el destino? ¿O simplemente así son las cosas sin más ni más? ¿Existe alguna explicación para todo esto?"

Tercera escena, la muerte
Unos días después salieron a dar otro paseo y en esta ocasión vio a cuatro hombres cargando una especie de camilla sobre sus hombros. Sobre ésta se encontraba una persona envuelta en una sábana amarilla con la cara descubierta. Todo le pareció muy peculiar, ya que el cuerpo se encontraba inmóvil por completo y con los ojos cerrados.

En la India es posible encontrar una escena de este tipo cualquier día de la semana. Un funeral indio es muy diferente al occidental. Aquí, cuando morimos nos esconden en una caja y se deshacen de nosotros como si fuéramos basura que nadie quiere. Nos relegan al incinerador o a un agujero que luego cubren. Pero en la India no ocurre así. Allí se recuesta al muerto en la mejor habitación de la casa, todos los amigos y parientes de éste van a visitarlo y es común escuchar: "Parece muy feliz y apacible. Pues adiós, mi viejo amigo". Entonces lloran moderadamente y arrojan flores sobre el cadáver. Posteriormente lo ponen en una camilla y cuatro hombres fuertes lo pasean por el pueblo con la cara descubierta. El cadáver transita las calles mientras que algunas personas lo siguen en medio del calor. La gente lo observa y dice: "Mira, es fulano de tal, no sabía que había muerto".

Cuarta escena, la paz del renunciante
Siddhartha se encontraba bastante preocupado por preguntas fundamentales acerca de la vida y la muerte tras las últimas experiencias que había tenido. No obstante, decidió ir a dar otro paseo con su auriga y, en esta ocasión, vio a un hombre que tenía una apariencia diferente y poco común; llevaba unos hábitos amarillos y además tenía la cabeza afeitada. Ese hombre caminaba de una manera tranquila por las calles del pueblo, tocando la puerta de cada casa por la que pasaba, solicitando comida para ponerla en su tazón de mendicante. A Siddhartha le llamó la atención su paso tan sereno y compuesto y esto lo llevo a preguntar a su cochero: "¿Qué le ocurre a este hombre que parece tan tranquilo, en paz consigo mismo y con el mundo?" El auriga le respondió: "Es alguien que ha ido hacia adelante". "¿Cómo que hacia adelante?", insistió el joven príncipe. Su ayudante procedió a explicarle que era alguien que había dejado tras de sí la vida mundana y a su familia. Era alguien que había desechado todo tipo de ataduras terrenales, todo tipo de responsabilidades domésticas y de obligaciones sociales y políticas.

Siddhartha decide dejarlo todo
Es posible encontrar, incluso en la India actual, personas como ésa, que llevan hábitos color azafrán. Se les llama sadhús, que significa simplemente "gente buena" y se considera que es muy meritorio ayudarlas dándoles comida.La gente no sólo lo hace sino que los invita a pasar a su casa y los cuida. Este tipo de sistema sigue existiendo aun dos mil quinientos años después. Pues bien, ésa fue la escena que presenció Siddhartha y la que le inspiró a ir hacia delante.A esas alturas tenía bien claro cuáles eran las limitaciones últimas e inaceptables de la vida humana y le resultaba imposible ignorarlas o dejarlas a un lado para continuar con su vida como si nada hubiese cambiado. No obstante, en términos generales podemos decir que es posible ignorarlas y, a pesar de ello, están allí todo el tiempo. Siddhartha lo sabía. Tras reflexionar por un largo rato decidió que no le quedaba más que convertirse en sadhú. Sentía que sus preguntas tenían que ser respondidas y que no podría descansar hasta que quedaran contestadas. Pronto comenzaría una etapa muy diferente en su vida

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