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En otra ocasión, después de que Ananda contestó una pregunta que le habían hecho algunos monjes y, al final, se retiró de la reunión, el Buda miró a los monjes y mencionó: “Ananda todavía está en el sendero del más sublime adiestramiento. Sin embargo, es difícil hallar a alguien que lo iguale en sabiduría”. (Anguttara-Nikaya, iii.78)

Las cualidades de Ananda lo llevaron a ejercer una función especial como “guardián del Dharma” o dhammabhandagarika. Dentro de un régimen político, el bhandagarika es el tesorero y su responsabilidad es almacenar, proteger y administrar la riqueza nacional. Si es inepto o irresponsable los ingresos disminuirán y el estado puede caer en la bancarrota. Si es astuto, la riqueza de la nación se utilizará con sabiduría y habrá paz y prosperidad. En la administración que encabeza el Buda, la riqueza es el Dharma y, sobre todo tras la muerte del Buda, la vida y la salud de su gobierno requirieron que el Dharma se conservara con precaución y que se transmitiera de manera fidedigna a la posteridad. Es por ello que el cargo de tesorero del Dharma tenía una enorme importancia, al grado que aquél que hubiera de desempeñarlo podría llamarse (y con justicia) “el ojo de todo el mundo”, como él se denomina en sus versos del Theragatha:

Si alguien desea comprender el Dhamma
debería acudir a esa persona
que tiene un gran aprendizaje, alguien que lleva el Dhamma consigo,
un sabio discípulo del Buda.

De un gran aprendizaje, portador del Dhamma,
el guardián del tesoro del Gran Vidente,
él es el ojo de todo el mundo,
merecedor de honras, el de gran aprendizaje.
(Theragatha 1030-1031, citado en Great Disciples of the Buddha, p. 153)

Las primeras discípulas del Buda
Cuando era niño, el Buda creció bajo los cuidados de su tía, Mahaprayapati. Tras la muerte de su hermano, Suddhodana, ella decidió formar parte de la sangha y aprovechó que el Buda estaba de visita en Kapilavastu, el pueblo de su niñez, para acercársele y solicitarle tres veces que le permitiera unirse a la sangha. Sin embargo, tres veces rehusó aceptarla el Buda, porque era una mujer. Después, él se marchó de Kapilavastu y se dirigió a Vaishali, a muchos kilómetros de distancia. Entonces, Mahaprayapati, junto con otras mujeres shakyas, decidió insistir y lo siguió de cerca. Al llegar a la antecámara del Alero Encumbrado, lugar donde permanecería el Buda, ella se apostó afuera del pórtico “con los pies hinchados, las extremidades cubiertas de polvo y el rostro bañado en llanto”. (citado en Great Disciples of the Buddha, p. 154)

Cuando Ananda vio el terrible estado en que ella se hallaba decidió interceder. Fue con el Buda y tres veces repitió la misma solicitud para que aceptara a Mahaprayapati. El Buda lo desalentó una y otra vez. Entonces, Ananda decidió utilizar un método indirecto.

“Imaginemos que las mujeres tuvieran que ir lejos del hogar y adentrarse en la vida errante, bajo el Dhamma Vinaya que inculcó el Tathágata”, dijo. “¿Podrían ellas también alcanzar los frutos de la entrada a la corriente, o el de aquél que sólo retorna una vez más, o el de quien ya no retorna, o el del estado del arahat?”
(adaptación del Vinaya ii.253f)

El Buda admitió que las mujeres eran igualmente capaces y fue ahí que Ananda aprovechó la oportunidad. Mahaprayapati había servido al Buda cuando él era pequeño, le dijo. Lo cierto era que ella se hizo cargo de criarlo cuando murió su madre. Esa razón debería bastar para que él le ayudara ahora a lograr la liberación final. El Buda no podía resistirse a tal argumento y por fin aceptó establecer una orden de monjas, las cuales, claro estaba, tendrían que sujetarse a ciertas reglas. Desde entonces, Ananda ha gozado siempre de un cariño especial por parte de la sangha que conforman las monjas.

Una relación especial entre Ananda y el Buda
La relación que Ananda tenía con el Buda no era exclusivamente la de un sirviente. Era un amigo, un compañero y también su secretario. Tenían una amistad cálida y estrecha. Él le llevaba agua al Buda para que se lavara la cara y un utensilio para que se limpiara los dientes. Le arreglaba el asiento, le lavaba los pies, le daba masaje en la espalda, lo abanicaba, barría su dormitorio y le remendaba los mantos. Lo cuidaba mientras dormía y se mantenía al alcance por si requería alguna cosa. Lo acompañaba cuando caminaba alrededor de donde se ubicaban los monjes y siempre revisaba si éstos no habían olvidado algo después de las reuniones. Llevaba los mensajes del Buda y convocaba a los monjes cuando éste quería hablar con ellos (a veces, incluso, a media noche). Si el Buda estaba enfermo él le llevaba la medicina. Una ocasión en que un monje había enfermado de disentería y sus compañeros no lo atendieron, el Buda y Ananda lo lavaron y lo llevaron a un sitio donde pudiera descansar.