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Kukai crea el monasterio del monte Koya
Poco a poco, Kukai llegó a ser una figura prominente y contó con el favor de la Corte Imperial. En el año 816 le pidió al emperador que le donara el monte Koya, donde tenía el deseo de establecer un monasterio.

De acuerdo con los sutras de la meditación, ésta debería practicarse de preferencia en una zona plana en el corazón de las montañas. Cuando era joven, yo, Kukai, solía caminar por espacios montañosos... hay un lugar abierto y silencioso llamado Koya... alrededor hay picos muy altos en las cuatro direcciones. No hay caminos hechos por el hombre, ni siquiera senderos. Ahí me gustaría... construir un monasterio para la práctica de la meditación, para beneficio de la nación y de aquéllos que deseen adoptar una disciplina. (III.524, Ibíd., p.47)

La vida simple y contemplativa de Kukai
El emperador le concedió lo que pedía y aunque Kukai había recibido una orden imperial para actuar como consejero del secretario de estado, a menudo subía al monte Koya para supervisar las obras y le enviaba cartas a sus patrocinadores diciendo, por ejemplo, “ya no tenemos clavos. Los carpinteros no pueden terminar el trabajo. Sinceramente quisiera pedirles que me envíen algunos clavos tan pronto como les fuera posible”. Le llegaban invitaciones de amigos en la capital y él respondía con poemas en los cuales trataba de explicar lo que sentía por el Dharma y las montañas:

Me preguntas por qué me adentré en las profundas y frías montañas,
imponentes, rodeadas por cumbres escarpadas y grotescas rocas,
un entorno donde el ascenso es trabajoso y el descenso difícil,
donde habitan los dioses de la montaña y los espíritus en los árboles…

¿No has visto tú, oh, es que no has visto,
Cómo en el jardín real florecen el durazno y el ciruelo?
Deben de estar cubiertos de flores rosas y fragantes,
que se abren cuando caen los aguaceros de abril
y las arranca el fuerte viento de la primavera.
Vuelan, alto y bajo, los pétalos y cubren entero el jardin.
Algunas ramitas serán cortadas por las errantes doncellas de primavera
y recogerán los pétalos esparcidos los lozanos orioles que ahí revolotean.

¿No has visto tú, oh, es que no has visto,
cómo brota el agua en el divino manantial del jardín?
No apenas sale del suelo y ya emprendió un recorrido sin fin.
Como surge y  fluyen un mil  de líneas brillantes
que fluyen, fluyen y fluyen hacia un abismo insondable,
virando, cambiando en  nuevos remolinos y  eternamente partiendo.
Nadie sabe dónde se detendrán.

¿No has visto tú, oh, es que no has visto,
cómo han vivido billones en China, en Japón?
Ninguno ha sido inmortal, desde un tiempo inmemorial.
Antiguos sabios, reyes o tiranos, súbditos buenos o malos,
bellas damas y mujeres rústicas (¿quién podría gozar de una eterna juventud?),
hombres nobles, lo mismo que los villanos, todos sin excepción han de morir.
Todos han muerto y se han convertido en polvo y ceniza.
Los salones de canto y estrados de baile son ahora morada para zorras.
Transitorios como los sueños, las burbujas o el relámpago,
todos son perpetuos viajeros.

¿No has visto tú, oh, es que no has visto,
cómo éste ha sido el destino del hombre?
¿Cómo podrías tú y sólo tú vivir para siempre?
Al pensar en esto se me desgarra el corazón.
También tú eres como el sol que desciende tras las montañas del oeste
o como un cadáver viviente cuyo lapso de vida pronto se extinguira.
Fútil sería mi permanencia en la capital.
Lejos, lejos debo partir. No debo quedarme allí.
Déjame ir, que yo seré el amo del gran vacío.
Una criatura del shingon no debe permanecer ahí.

Jamás me  canso de mirar los pinos y las rocas del monte Koya.
La límpida corriente de la montaña es la fuente de mi inagotable alegría.
Olvídate del orgullo por las recompensas mundanas.
¡No te calcines en la casa que arde, en el triple mundo!
Tan sólo la disciplina en los bosques nos permitirá acceder al reino eterno.
(III.406-407, Ibíd., pp. 51-52)

Kukai y la difucion de la escuala del shingon
En el año 823 el emperador otorgó a Kukai la posesión de Toji, el segundo templo estatal de la nueva capital en Kyoto, confiándole que llevara a buen término lo que le faltaba a ese templo y confiriéndole el uso exclusivo del mismo para la nueva secta shingon. Fue así como se estableció por fin plenamente esta escuela.

La importancia de Kukai
A sus 50 años Kukai era la figura religiosa más preeminente de Japón, incomparable por el alcance de su enseñanza, autoridad religiosa y popularidad entre todas las clases sociales.

Todavía estaba trabajando para terminar el monasterio Kingobuji en el monte Koya cuando, al mismo tiempo, fundó una escuela de artes y ciencias en Kyoto. Ésta fue la primera escuela de Japón que se abría para cualquier persona, sin importar cuál fuera su nivel social o su poder adquisitivo. Fue la primera que ofreció una educación universal y detrás de ella estaba la convicción que tenía Kukai de que la humanidad era una sola, de ahí su ideal de que la oportunidad de recibir una educación fuera equitativa y su creencia en el valor intrínseco de cada individuo.

El final de su vida y su obra Principal
Tras concluir su obra principal sobre pensamiento y religión, Las diez etapas del desarrollo de la mente, que fue el primer intento en la historia del budismo japonés por exponer las enseñanzas de una escuela a la vez que se tomaban en cuenta las doctrinas de las demás, ya fueran budistas o no. Kukai murió en el año 835, en su querido monte Koya.

Fuente: Teachers of Enlightenment, Kulananda, Windhorse Publications.