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Un regreso triunfal
Después de esto, Hsuan Tsang hizo preparativos para retornar a China. Harsha le brindó su valiosa ayuda, lo proveyó de escoltas y le hizo abundantes regalos. Esta vez tomó la ruta del sur, atravesando el Asia Central y llegó al fin, de nuevo, a la capital de T’ang en el año 645. Aun cuando había estado lejos de ahí durante 16 años, su gran reputación arribó antes que él y tuvo una bienvenida tumultuosa que de seguro le trajo a la memoria la forma en que hubo de cruzar la frontera clandestinamente, al amparo de la noche, por temor a que lo sorprendieran los guardias imperiales apostados en los puestos de tránsito.

Pocos días después de su llegada, Hsuan Tsang tuvo una audiencia con el emperador, quien le hizo preguntas acerca del clima, la gente, las costumbres y los productos de cada país que visitó. El emperador estuvo tan feliz de escuchar toda la información que Hsuan Tsang le dio que quiso que el peregrino aceptara un cargo oficial, pero éste prefirió seguir siendo un monje y dedicar el resto de su vida a la labor de traducir el rico cargamento de sutras que había traído consigo.

Enorme labor académica en beneficio de la difusión del Dharma
Se dice que a su regreso a China llevaba 657 obras empacadas en 520 estuches. Se avocó al trabajo literario y completó 73 traducciones, que incluían algunos de los sutras más importantes del mahayana. Su obra fue de una gran calidad y desempeñó un enorme papel en la vital tarea de crear una terminología budista adecuada en chino.

Su libro Ta’T’ang Hsi-yu chi, “Relatos de las regiones de Occidente”, ha sido muy valioso para los historiadores y los arqueólogos por los datos que contiene. Aquí podemos ver una descripción de Nalanda, tal como él la conoció:

Los religiosos, que se hallan por varios miles, son hombres de la mayor capacidad y talento. En la actualidad gozan de una gran distinción y la fama de cientos de ellos se ha extendido velozmente hasta las regiones más distantes. Su conducta es pura e intachable. Siguen con sinceridad los preceptos de la ley moral. Las reglas de este monasterio son severas y todos sus habitantes deben observarlas. Toda la India los respeta y los sigue. No basta el día para preguntar y resolver cuestiones profundas. Desde que amanece hasta que cae la noche ellos participan en debates. Ancianos y jóvenes se ayudan unos a otros. Aquéllos que no pueden debatir los puntos que vienen en el Tripitaka son tenidos en menor estima y la vergüenza los hace ocultarse. Hombres de gran sapiencia, provenientes de diversas ciudades y deseosos de adquirir pronto renombre por su habilidad en el debate, llegan por cientos para aclarar sus dudas y, después, el río (de su sabiduría) corre lejos y en todas direcciones. Es por ello que algunas personas usurpan el nombre (de estudiantes de Nalanda) y van por todas partes recibiendo honores. Si los hombres que vienen de otros lugares desean ingresar y participar en los debates, el cuidador de la entrada les plantea preguntas de difícil solución. Son muchos los que no consiguen responder y se retiran. Es necesario que uno haya estudiado a profundidad obras antiguas y nuevas si quiere ser admitido. (Samuel Beal, traductor, Si-yu-ki: Buddhist Records of the Western World, Motilal Banarsidass, Delhi 1981, pp. 170-171)

Las maravillas de Nalanda
Después de alabar las cualidades de diversos alumnos de Nalanda (Dharmapala, Chandrapala, Gunamati, Sthiramati, Prabhamitra, Jinamitra, Jñanachandra, Sigrabudha, Silabhadra y otros más), Hsuan Tsang prosigue:

Cientos de reliquias sagradas se guardan en los cuatro costados del monasterio. Para no extendernos en detalles nos referiremos a dos o tres de ellas. En el lado occidental del sangharama, no muy lejos de éste, se encuentra una vihara. En la antigüedad permaneció en ella el Tathágata tres meses y expuso a profusión la ley excelente por el beneficio de los devas.

Hacia el sur, a unos 100 pasos se halla una pequeña estupa. Es éste el lugar en el que un bhikshu que venía de lejos vio al Buda. Antiguamente hubo un bhikshu que venía de una región distante. Cuando llegó a este punto se encontró con la multitud de discípulos que acompañaban al Buda y lo invadió un sentimiento de reverencia, de modo que se postró en el suelo mientras expresaba un fuerte deseo de llegar a ser un monarca Chakravarti. El Buda alcanzó a verlo y le dijo así a sus seguidores: “Aquel bhikshu es digno de toda compasión. El poder (el carácter) de su mérito religioso es profundo y distante. Su fe es fuerte. Si su deseo fuera encontrar el fruto del Buda no pasaría mucho tiempo antes de que lo consiguiera, pero ahora que con tanta pasión ha pedido convertirse en un rey Chakravarti recibirá esa recompensa en el futuro. Así como hay tantos granos de polvo en el piso donde se ha tendido, justo a la mitad de la rueda de oro, así él se verá en número tantos reyes Chakravartti como recompensa, pero al haber fijado su mente en joyas mundanas el fruto de su nobleza ha ido a parar muy lejos”.

En este lado sur hay una figura del bodhisatva Kwan-tsz’tsai (Avalokitesvara) de pie. A veces se le ve sosteniendo una vasija con perfume, yendo hacia la vihara del Buda y, luego, dando vueltas hacia la derecha.

Al sur de esta estatua hay una estupa que guarda restos del cabello y las uñas que el Buda se cortó en esos tres meses. Las personas afligidas que vienen aquí porque sus hijos padecen algún problema y la circunvalan religiosamente ven curadas sus enfermedades casi todas.

Al oeste de ésta, afuera del muro y a un lado de un tanque, hay una estupa. Es ahí donde un hereje, sosteniendo un gorrión en la mano, hizo varias preguntas al Buda acerca de la muerte y el nacimiento.

Hacia el sureste, a unos 50 pasos, dentro de estos muros hay un árbol extraordinario, como de dos metros y medio de altura, cuyo tronco está dividido en dos. Cuando el Tathágata de la era antigua estuvo en el mundo arrojó su mondadientes y éste se clavó en la tierra justo en ese sitio. Ahí echó raíces. Aun cuando ya pasaron muchos meses y años desde entonces, el árbol no disminuye de tamaño y tampoco ha crecido. (Íbid., pp. 172-173)

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