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A lo largo de estos años, como respuesta a las circunstancias y de acuerdo con las solicitudes, he viajado mucho y he visitado muy diversas provincias, llevando a cabo mi misión de impartir el Dharma a donde quiera que vaya. Ya no recuerdo todos los templos, monasterios y hogares en que he estado...

En las reuniones que se han celebrado durante tales visitas he ofrecido pláticas zen (teisho) sobre muchos textos: he hablado del Sutra del Loto, del Sutra Shurangama y del Sutra de Vimalakirti, cuatro o cinco veces sobre cada uno de ellos; sobre el Relato del Acantilado Azul y el Relato de Hsu-t’ang he hablado seis o siete veces de cada uno; dos o tres veces he hablado sobre la Alabanza de la verdadera escuela y las Tres enseñanzas de los patriarcas del Buda. Más veces de las que puedo recordar hablé sobre el Sutra de Kannon. Además, he dado charlas sobre el Relato de Lin-chi; las Cartas de Ta-hui; los Relatos de Daito, Fa-yen, Sung-yuan y Bukko; la Colección de versos de Tsung-ying; los Poemas de la Montaña Fría; Acicatear a los alumnos para que crucen la barrera del zen; la Colección de cuatro partes; el Arsenal de Ta-hui; el Sutra entregado de manera directa por Mañjusri; el Samadhi del espejo valioso; las Palabras de ensueño de la tierra de los sueños; Estambres ponzoñosos en un matorral de abrojos; el Relato de Daio; el Canto del rey-mente; y tantos más que ya ni recuerdo cuáles.

Hay un viejo dicho: “Cuando un hombre supremo dice mil palabras puede cometer un pequeño error. Cuando un hombre inferior dice mil palabras puede conseguir un pequeño beneficio”. Si dentro de esta serie de boberías que he hecho pudiera hallarse algún pequeño beneficio quizá sirva como un sencillo regalo del Dharma.

Mi escritura es tosca, mi caligrafía es un vulgar garabato. Ambas están plagadas de los más variados disparates. Los caracteres están mal escritos. Pongo una palabra por otra. No hago más que garrapatear en el papel y “pasar las cosas en limpio”. Alguien más toma lo que hago, lo graba en moldes de madera y lo imprime. De ese modo debo haber escrito ya 20 libros. Qué importa. Seguro es que cualquier hombre de conocimiento que ponga sobre ellos sus ojos los arrojará enojado al suelo y les escupirá para mostrar su desprecio.
(Wild Ivy, op. cit., pp. 84-86)

Un día sin trabajar, un día sin comer
Además de ser un destacado maestro zen, Hakuin fue también un importante pintor, maestro de caligrafía y escultor. Sus obras en tinta se cuentan entre las más reconocidas pinturas zen. Enfatizó tres cosas principalmente: una fe arrolladora, una gran duda cuando se tratara de contemplar koanes y una fuerte aspiración y perseverancia. Asimismo, hizo hincapié en que se debe practicar aun en medio de cualquier actividad y declaró que el trabajo físico diario era un elemento importante en el régimen dentro de sus monasterios, donde “un día sin trabajo es un día sin comer”. En su Orategama escribió: 

No intento decirles que descarten por completo estar quietos en meditación y que busquen un sitio específico con cierta actividad en la que puedan llevar a cabo su práctica. Lo más digno de respeto es una meditación pura basada en un koan, que no sabe ni está consciente de los dos aspectos, el quieto y el activo. Por eso se dice que el verdadero monje practicante camina pero no sabe que está caminando, se sienta pero no sabe que está sentado.

Para penetrar en las profundidades de nuestra propia naturaleza verdadera y para alcanzar una vitalidad que sea válida en cualquier ocasión no hay nada como la meditación justo en medio de la actividad. (traducción de Philip B. Yampolsky, The Zen Master Hakuin: Selected Writings, Columbia University Press, Nueva York 1971, pp. 33-34)

Crítica a la actitud errónea de los que creen que “ya somos budas”
Hakuin condenaba con severidad a aquéllos a quienes llamaba “las bandas de zenistas no nacidos”. “No nacidos” porque recalcaban la enseñanza de que la iluminación, puesto que era inmanente en todas las cosas, es algo que no nace, es incondicionada y no es hecha. No se puede perseguir, ya que no hay nada que alcanzar; en realidad todos somos budas ya. Hakuin miraba con desagrado esta actitud.

Tengo un verso que se mofa de esa odiosa raza de pseudorreligiosos:

¿Lo más vil que hay en la tierra? ¿Lo que todos los hombres evitan?
¿Carbón de leña que se deshace? ¿Madera mojada para una fogata?
¿Aceite empapado para una lámpara? ¿Un cochero? ¿Un lanchero?
¿Una madrastra? ¿Zorrillos? ¿Mosquitos? ¿Piojos? ¿Moscas azules? ¿Ratas?
No, ¡monjes rapaces!

¡Ah, monjes! ¡Religiosos! No digo que sean todos ustedes unos forajidos, todos y cada uno de ustedes. Que cuando hablo de monjes rapaces me refiero a esos zenistas de la “iluminación silenciosa” que ahora infestan la tierra.

Por lo que concierne a nuestra escuela, cualquiera que logre el kensho y abandone la casa del nacimiento y la muerte es un renunciante al hogar. No es nada más alguien que deja el hogar de su familia y se va para que le rapen la cabeza. Sin embargo, verán personas que andan por ahí haciendo declaraciones infundadas: “Dejé mi hogar, soy un religioso, soy un religioso”. Si eso no fuera ya bastante grave, a continuación esos embaucadores se embolsan la caridad y las donaciones que consiguen de los laicos y gente de familia. (Wild Ivy, op. cit., p. 3-4)